Nos casamos vestidas de blanco y nuestras vidas dependen muchas veces de un hombre: un padre, un marido, un amante. Han pasado muchos años desde que Esquilo escribió sus Suplicantes pero las tragedias de entonces, de hace 2.500 años, siguen siendo las mismas que las de ahora.
Helena Tornero lo tuvo claro a la hora de hacer la adaptación. Procne (una maravillosa Mercè Anglès capaz de transmitir con su gesto todas las sensaciones de su personaje) es aquí una profesora universitaria maltratada a la que su marido no deja realizarse como persona. Dánae (la joven pero inquieta Mar Ulldemolins, a quien hemos podido ver tanto en circuitos alternativos como en salas como el TNC o el Lliure, además de popularizar su rostro en Ventdeplà) es encerrada por su padre en un zulo, historia que nos recuerda sin mucho esfuerszo al monstruo de Amstetten. Quien más mantiene el nexo con la tragedia griega es Anna Güell, una mujer que actúa con una fuerza impresionante, aval de sus años sobre el escenario.
Una sobria escenografía sirve como nexo de unión para las tres historias, que se funden y separan continuamente entre el blanco impoluto de la escena. Tres son las mujeres que componen esta tragedia. Pero aquí no bajarán los dioses para arreglarlo todo con un final maravilloso, porque esta historia es real; una historia que nos hará reflexionar sobre el camino que hemos recorrido las mujeres y los hombres, y el que nos queda por recorrer. Porque cómo ha cambiado el mundo, pero qué poco lo hemos hecho nosotros.
Bajo la dirección de Rafel Duran, la obra permanecerá en cartel en la Sala Muntaner hasta el 14 de junio.
Helena Tornero lo tuvo claro a la hora de hacer la adaptación. Procne (una maravillosa Mercè Anglès capaz de transmitir con su gesto todas las sensaciones de su personaje) es aquí una profesora universitaria maltratada a la que su marido no deja realizarse como persona. Dánae (la joven pero inquieta Mar Ulldemolins, a quien hemos podido ver tanto en circuitos alternativos como en salas como el TNC o el Lliure, además de popularizar su rostro en Ventdeplà) es encerrada por su padre en un zulo, historia que nos recuerda sin mucho esfuerszo al monstruo de Amstetten. Quien más mantiene el nexo con la tragedia griega es Anna Güell, una mujer que actúa con una fuerza impresionante, aval de sus años sobre el escenario.
Una sobria escenografía sirve como nexo de unión para las tres historias, que se funden y separan continuamente entre el blanco impoluto de la escena. Tres son las mujeres que componen esta tragedia. Pero aquí no bajarán los dioses para arreglarlo todo con un final maravilloso, porque esta historia es real; una historia que nos hará reflexionar sobre el camino que hemos recorrido las mujeres y los hombres, y el que nos queda por recorrer. Porque cómo ha cambiado el mundo, pero qué poco lo hemos hecho nosotros.
Bajo la dirección de Rafel Duran, la obra permanecerá en cartel en la Sala Muntaner hasta el 14 de junio.
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