El teatro nació con la tragedia griega. La tragedia, como un canto a los dioses. Pero tragedia también eran las máscaras que se ponía el coro. Y las personas que allí actuaban no eran exactamente personas. Eran prósopon, un aspecto. Después, los latinos denominaron persona –palabra derivada del griego prósopon- a las máscaras usadas en el teatro por los actores y también a los propios personajes teatrales representados. Tragedia y persona son, pues, la misma cosa.
Ahora nosotros somos las personas, y quienes se ponen la máscara los personajes -el sufijo -aje significa, entre otras cosas, oficio-. Pero, como digo en mi presentación, las personas no siempre somos personas. Las personas somos, más bien, personajes que nos creamos y moldeamos con el tiempo y que adaptamos a medida que buscamos, que investigamos, que conocemos ese ser que estamos interpretando. Somos una máscara que en contadas ocasiones nos quitamos. Y exprimimos cada instante actuando como si de una tragedia griega se tratara. Vivimos nuestra gran tragedia… pero por el camino se nos olvidó que junto con la tragedia, nació la comedia.
Y que la máscara es sólo la fina capa de piel que nos separa del exterior.
Y esta entrada con dedicatoria a Martí, un gran personaje.
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