martes, 22 de septiembre de 2009

Ánima

Fotografía: Emili Gené


Se arrastran por el suelo como si rastrearan el agua con su cuerpo. El ánima se vuelve un ente terroso, pasando de la invisibilidad a una suciedad marrón. Con el tiempo, la piel comienza a escamarse y va perdiendo toda su tersura y elasticidad. Las células se destruyen, los tejidos se quiebran, los músculos y los huesos mutan necesariamente hacia la creación de nuevas formas que garanticen su supervivencia. Como reptiles desprovistos de su naturaleza, ellos se arrastran por un medio extraño secando su cuerpo mientras tratan de nacer una nueva especie, desafiando a la creación. Pero cómo puede un reptil torpe, inexperto y non nato no hundirse en el fango.

Llegó un día con la boca seca a los pies de la anciana. Ella llevaba la cabeza tapada con una tela fina, quizá seda, de un azul intenso, que llegaba hasta sus anudados tobillos; sus venas como raíces flotantes revelaban en sus manos y pies, desnudos, su avanzada edad, pero sus ojos vibraban vivos y expectantes como los de una adolescente que busca.

No pudo articular palabra. Ella, continuaba inmóvil esperando un indicio de lucha, un gesto, un hilo de voz, un brillo en la mirada, para indagar porqué él, qué hacía allí, qué quería. Qué. Él temblaba en el suelo temiendo el fin de su vida, incapaz de entender porqué ella no se inmutaba, inútil para actuar de una u otra manera, cegado por el misterio que escondían aquellos ojos nuevos en un cuerpo viejo.

El sol dibujó una cortante línea recta hacia su cuerpo tendido en el suelo: la luz cae como una lanza en el medio del mundo. La piel se fue tiñendo magenta entre la tierra seca. Su camuflaje se cortó en pedazos mientras la luz se desaparecía, con la mirada vaga en el horizonte. El aliento, cada vez más doloroso, intentaba alejar el polvo de su boca. Ella continuaba inmóvil buscando.

El cielo se volvió negro con estrellas del norte y del sur. Los animales nocturnos invadieron de golpe el silencio de la llanura; una serpiente trazó una sinuosa línea divisoria entre los dos cuerpos casi inertes. El polvo dejó de moverse bajo la boca marrón de él. Ella continuó inmóvil.

Él, obligado a otro cuerpo, a una lengua bífida incapaz de articular palabras, privado de su natural capacidad de decisión, olvidado del instinto de supervivencia, cegado por el misterio, fue un híbrido que ya no es nada. Ella, desconocida de todos los seres humanos y animales, extranjera en la tierra, apoderada por el temor, continuó siendo un misterio sin descubrir por nadie.