León anochece lentamente, como si los astros supieran que la actividad nocturna de la ciudad se limita al Húmedo y poco más; amanece, por el contrario, con ganas, y te contagia su energía para el resto del día. No hay mucho que hacer pero sí bastante que ver, calles por las que pasear, rincones que aún están por descubrir.
Hubo más visitas de las que recordaba. Además de aquella excursión infantil a la que entonces era "la gran ciudad", hubo un par de navidades con mi padrino que me pasé entre el cine, el Corte Inglés -sí, todo el mundo sabe que si no tiene Corte Inglés no es una ciudad- y la Sega. También aquella boda en San Marcos. Hubo pues, más recuerdos de los que creía. Pero hubo sobre todo muchos caminos que aún no había recorrido, imágenes que aún no había visto, una plataforma que quizá nadie había descubierto aún que era un muelle, un lugar de encuentros. Hubo nuevos momentos que asociar a esa bonita ciudad, en la que siempre me imaginaba viviendo cuando era una niña y que ahor, muchos años después, se me queda pequeña.
Este fin de semana ha sido, como todos los que vuelvo a casa, extraño. Hablar a solas con Raquel y sentir la imperiosa necesidad de estar con ella más de lo que físicamente puedo estar, y quizá más de lo necesario. Las risas con ella. La excursión del domingo. Reencontrarme por unas horas con la psicología extraña de Noe, quien siempre parece conocerme más que yo misma. El conocimiento de una muerte que no sé bien bien cómo me afecta ni cómo quiero que me afecte ni cómo debería hacerlo. Darme cuenta de que soy sencilla y de que me encanta serlo, como cuando estoy con ellas y con ellos, porque estoy en casa. Darme cuenta de que tengo raíces, porque tengo una tierra sin la que mi semilla con alas no podría volar por el mundo. De que tengo un sitio a donde volver cuando mis alas estén cansadas.
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