domingo, 12 de abril de 2009

Todos somos un 'Product'

Sólo somos productos. Nuestras vidas son factibles de convertirse en cualquier momento en una mercancía que comprar, en algo que intentar vender y con lo que otros pueden enriquecerse. Así, Product se apropia de los atentados del 11-S, de la vida de alguien que no conocemos y que perdió a su pareja en el trágico suceso, alguien que después se enamorará de un yihadista y a quien ayudará a cometer su "misión final".
Irónica y brutal como la vida misma, la obra de Mark Ravenhill refleja los extremismos y la decadencia de cada uno de los personajes que entra en juego en la obra. Desde el productor que exprime cada sensación, cada sentimiento de un guión que trata de vender a una actriz, explotando hasta lo grotesco las emociones -las de todos los espectadores-; la actriz que se traga medio borracha el discurso comercial del productor; el ayudante del productor, eterno sanchopanza que cumple impasible los desiderios de su jefe. Pero también la protagonista de la historia que el productor trata de vender, la pobre mujer que, desolada, se enamora de un hombre de piel oscura -oh my god-; y, claro está, el yihadista. Todos los personajes acaban creando una mezcla entre lástima y ternura, pena y dulzura.

La obra no cuestiona el terrorismo sino que pone en evidencia el extremismo de cada uno de los personajes y el nuestro mismo, e ironiza sobre situaciones que guardamos bajo llave en el baúl de los intocables. ¿Pero hay algo que sea intocable? ¿Hay algo que nuestra moralidad impida que se convierta en un producto? ¿Es eso una provocación? Puede, pero ya está bien de poner algodones en las heridas, porque hay veces que para curarlas hay que revivirlas...

David Selvas nos ofrece en este espectáculo una actuación magistral, casi monologada a través de su personaje, alguien que es capaz de explicarnos y hacernos sentir las emociones de su película... Comienza un poco sobreactuado pero a medida que avanza la obra su personaje coge fuerza y cobra sentido. El papel de Mireia Aixalà es totalmente prescindible y de hecho no está precisamente muy logrado para los pocos momentos en que interviene. Norbert Martínez también hace un papel complementario, pero bastante más agradecido que el de Aixalà, y acierta de pleno en su actuación, comedido pero preciso. De hecho, la obra original e Ravenhill estaba pensada para ser un monólogo del productor, pero Julio Manrique ha optado por incluir en su adaptación a estos dos personajes que apoyan al del productor y dan dinamismo a la actuación. La escenografía es sencilla pero muy apropiada y se transforma a medida que avanza la obra, con ayuda de un preciso diseño de luces y un sencillo espacio sonoro, aspectos que se integran tanto en la obra que consiguen pasar indvertidos hasta para quienes se intenten fijar expresamente en ellos.

Quines quieran verla -tienen hoy su última oportunidad-, asistirán a una pieza con "muy mala hostia" -afirma Manrique-, irónica pero tierna, brutal, con puntos de racionalidad y de irracionalidad, y vivirán una historia de amor extrema que además de pensar, además de sentir, sobre todo, les hará reir. Porque tabién hay que reirse de las cosas que duelen, ¿no? (si no, vaya aburrimiento).

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