Recuerdo ver calles que ya había visto en un libro. Recuerdo haber cenado entre las rocas, cerca del río. Haberme perdido y sentir una presencia cerca de la catedral. Un Jordi Oller que se escondía entre las sombras, temeroso de que le reconociera. Recuerdo intuirle despacio, pasar por donde después pasaría él, rozar paredes que después él también rozaría para poder estar cerca de quien siempre ha estado lejos, para dejarle algo de mi que no sea ni un libro. Ni un hijo.
Deseé que me cogiera por la espalda. Que me tapara la boca y me escondiera bajo la muralla. Deseé girarme y tropezar sin que me reconociera, y tan sólo sonreirle. Deseé tanto, tanto, que casi me olvido de que sólo era literatura.
Pero me encantaba vivir esa historia contigo. Aún pienso que algún día volveremos a tropezar. Que haremos una película y la contaremos, y tú creerás que lo has podido explicar todo y yo te recordaré que no pudiste hacer sentir a nadie con palabras lo que despertaste en mí. También con palabras.
Y aparecer. Y desaparecer. Y pensar en un hipotético café. Y acabar contigo, y conmigo, y con todo lo demás tan sólo un ratito.
Y todo eso hecho de menos.
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